Almansa es uno de esos sitios toscos a los que se va con un propósito claro o directamente no se va. El mío sin duda no era otro que el de volver a encontrar las gratas sensaciones de mi primera toma de contacto con
Maralba , un restaurante galardonado con
una estrella Michelin que se encuentra escondido entre las humildes calles de esta pequeña ciudad y al cual debemos de llamar al timbre de su puerta para que sea
Cristina Díaz (jefa de sala) la que nos permita la entrada y calme la siempre presente ansiedad por conocer.
Pero muy al contrario de lo que pueda llegar a perecer su áspera y anecdótica carta de presentación, el servicio de esta casa es más bien todo lo contrario, incluso me atrevería a describirlo como de clarísima denotación manchega. Y es que si hay algo que nos caracteriza a los que nos criamos en tierra de vides, es precisamente nuestro espíritu servicial a la hora de recibir visitas. Una sensación que se palpa constantemente a lo largo de la comida ya que la preocupación por que el comensal se marche de allí satisfecho, es absolutamente prioritaria aunque parezca una perogrullada (que no lo es).
Su sala por otra parte no es la octava maravilla del mundo, es más, diría que no está a la altura del servicio y mucho menos de la cocina. Pero si que he de reconocerles que con esta última reforma que han aplicado, la cual se ha saldado con unas nuevas y entretenidas vistas a la bodega, les han hecho dar un salto cualitativo importante aunque probablemente insuficiente en comparación con el marco que merece su propuesta.
Propuesta que se condensa, obviando una cuidada carta que busca fidelizar a sus clientes más habituales (40€/pers de ticket medio), en dos menús gastronómicos de ocho (44€) y diez (63€) pases dónde
Fran Martínez deja que su creatividad se vea condicionada por los productos que ofrece el mercado cada semana y temporada. Un juego peligroso del que consigue librarse con cierta soltura, en el cual encontramos platos realmente sorprendentes que se unen a elaboraciones ya asentadas para lograr un nivel bastante inesperado que busca en todo momento renovar la cocina castellano manchega aportándola ligereza y técnicas que no profanan sino que matizan, el sabor de este recetario tan arraigado al campo.
El núcleo duro del chef, allí dónde su talento ralla lo brillante, se concentra en gran parte de los snacks que ofrece. Una batería de pequeños bocados que por norma suelen compensarse entre sí mostrando una línea de sabores muy cuerda en la que se aprecia acidez y puntos picantes francamente logrados. Su
bocado de almuerzo manchego o el
bombón de queso son elaboraciones que llevan tiempo acompañándoles por merecimientos propios. De las nuevas que he podido probar en esta visita (menú largo), me quedo sin duda con el
buñuelo de atascaburras y el
mejillón marinado con pepino . Una tanda de nueve elaboraciones incontestables que desembocan en las
tapitas sorpresa las cuales guardan más disfrute aún y traen consigo una gran
coca de papada de cerdo con encurtidos entre otras cosas.
Después, y como cabría esperar dada su cercanía con el mar (unos cien kilómetros), encontré platos muy marinos. Algunos de ellos me dejaron algunas dudas como la excesivamente dulce
gamba blanca de la Vila con aguacate y el caldo de sus cabezas o la poco alegre
anguila ahumada con hortalizas, berenjena, tomate seco y zanguango manchego . Otros rallaron un nivel muy alto como el intenso
calamar salteado en brunoise y confitado con un caldo corto de su jugo y jenjibre o el impresionante
salmonete en dos partes. La primera la presentan en un fantástico guiso de su piel con jugo de apionabo que sigue después con su lomo cocinado a baja temperatura y su caldo. Un platazo sin paliativos, de los que conquistan.
Pero los pases más carnívoros también rindieron a un nivel excelente desde su profunda clasicidad. La
ensalada de conejo en escabeche fue un escándalo, al igual que el
pichón mont royal . Este lo acompañan de un profundo
ravioli de morteruelo de sus propios hígados para adorar aún más a este pequeño pedazo de caza. Sabores directos y de gran arraigo antes de tocar el cielo quesero con una cuidada selección, casi friqui diría, en la que se busca desde la más pura rareza de su elaboración, un producto tan sobresaliente como artesanal. Apunten tres que deben probar:
Azul prestés ,
CCL Campo Vieja y
Espadán Corrales . Fuertes, personales y tan soberbios que me recordaron al rey de las tablas de queso, un tal Santceloni.
En los postres encontré una complejidad que va más allá de la técnica ya que lo dulce es capaz de convivir sin chirriar con lo herbáceo y vegetal para encontrar contrastes y texturas muy singulares. Cabe destacar la frescura de su
esponja de cítricos con sopa de eneldo , o la crujiente
ensalada de remolacha con bizcocho de especias y sorbete de yogurt de leche de oveja . Fueron los últimos coletazos que diferencian a este valiente cocinero que emprendió camino con un discurso radicalmente opuesto al de la hostelería manchega.
Maralba, con total certeza, es una de esas joyas que se esconden entre el costumbrismo local. Una joya probablemente poco reconocida por el gran público y de la que podemos y debemos esperar más en adelante. Con total seguridad, este restaurante es uno de los altos en el camino más interesantes y potentes de la geografía nacional. Así que suelo puedo decirles: paren y disfruten, no se arrepentirán.
Calificación:
DIRECCIÓN: C/ Violeta Parra, 5 - Almansa
TELÉFONO: 96 731 23 26
WEB: maralbarestaurante.es
FACEBOOK: facebook.com/maralba.restaurante
INSTAGRAM: No tienen cuenta
TWITTER: twitter.com/Maralbarest