A veces tengo la sensación de que hay sitios que se esfuerzan en que no los conozcamos por lo retirados o incluso escondidos que llegan a estar. Pero afortunadamente en algunas ocasiones, en muy poquitas ocasiones, el bagaje culinario de estos trasciende mucho más allá de su localización gracias a su buen hacer y a la alquimia que se desarrolla entre sus paredes. En el caso de Lola, la talentosa cocina de Alberto Molinero consigue traspasar esa estrecha calle de doble sentido que atraviesa Berantevilla, un humilde pueblo de la provincia de Álava que acogió en su seno a este chef burgalés allá por el 2007 tras su paso por múltiples fogones de renombre cómo El Celler de Can Roca, Las Rejas de Manolo de la Osa o Paul Bocouse.
Imaginar por aquel entonces que este genio de carácter afable e imborrable sonrisa iba a convertir una antigua casa de comidas en la que se servía carne y patatas, en un templo gastronómico bendecido por la exigente cultura vasca, era algo tan impensable cómo improbable. Pero cómo bien dice su jefe de sala y aspirante a sumiller Rodrigo Miguel: "todo lo que toca Alberto, lo convierte en oro".
El secreto seguramente ande entre su contagiosa pasión y la dedicación que imprime a todos sus proyectos. Pero si hablamos particularmente de este espacio, creo que es la libertad la que hace que Lola sea un sitio único del que tanto y tanto disfruté en mi visita. Cocinar sin preocupaciones es algo al alcance de muy pocos, y aquí el "amigo" se permite la licencia de tener este restaurante casi por capricho para poder seguir evolucionando su cocina sin intromisiones ni interferencias junto a los dos fieles mosqueteros que le acompañan. Algo que se nota en su cuidada sala y en una bodega coherente que alberga referencias a precios muy ajustados ... cómo todo lo que se hace en esta casa.
Los dos menús degustación (28 y 38€) con los que trabajan son prueba de que aquí no se pretende ganar importantes sumas de dinero. Al igual que sus peculiares horarios tampoco aspiran a obtener reconocimientos por partes de las grandes guías al abrir casi por encargo entre semana. Pero quizás ese sea el encanto casi erótico de este sitio, el cual indudablemente se mueve por la inercia que genera la vehemencia de una persona que sólo concibe la vida entre ollas y sartenes. Lola es el arrebato de Alberto, es la otra niña de sus ojos.
Desde su exquisita croqueta de jamón hasta el último de sus postres, la propuesta no paró de sorprenderme a lo largo de una comida con bocados absolutamente inesperados que rezumaron gran nivel y una elegante actualización de la tradición a través de la fusión y contraste de productos teóricamente opuestos. Mar, tierra y montaña logran convivir dentro de una perfecta armonía capaz de realzar los sentidos del gusto hasta tal punto que uno sólo puede rendirse a la evidencia al final de la velada: los campeonatos, subcampeonatos y más premios logrados ... no son fruto de la casualidad.
Así que el apodo de festival para su menú no podía ser más acertado. Una palabra que engloba disfrute, creatividad, chispazos y algún que otro viaje gastronómico cómo el que propone su tiradito de vieiras, su langostino salvaje con sisho y mango o el tandoori de alitas de pollo. Platos que cohabitan de manera vibrante con la melosa tradición de su lomo de bacalao con patitas de cerdo a la riojana, su ravioli de rabo de ternera con salteado de setas y oloroso o su cigala salteada con migas y yema de huevo de corral ligeramente ahumada. Sabor y mucha verdad dentro de una serie de pases que únicamente bajo el pistón (ligeramente) en su plato más carnívoro.
La parte más dulce de la comida fue únicamente la constatación de un realidad palpable. Pero dejarme que apunte que la cromoterapia del naranja, postre emblema de Alberto, es posiblemente uno de los mejores que servidor haya probado. Una delicia que guarda compota de zanahoria, granizado de naranja sanguínea y maracuyá, y un brutal helado de yema de huevo y albaricoque. No hay palabra que consiga definir tal perversión, por eso mismo el último aliento de este artículo lo aprovecharé para convenceros de que fuera de la galaxia, de que fuera de estrellas y estrellos, hay una gran vida y sitios que pueden hacernos disfrutar sin parangón.
Lola sin duda es uno de ellos, un lugar que somete tanto a la cocina cómo a la sala a una constante evolución que siempre repercute positivamente en todos aquellos que disfrutamos de la buena mesa.
DIRECCIÓN: C/ Mayor, 26 - Berantevilla
TELÉFONO: 945 337 062
WEB: restaurantelola.net
FACEBOOK: facebook.com/restaurante-lola
INSTAGRAM: No tienen cuenta
TWITTER: twitter.com/lola_rte
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